La pandemia de covid-19 es tierra fértil para la propagación de información incorrecta, ya sea originada por accidente o adrede. Vivimos un tsunami de evidencia científica, infodemia, ruedas de prensa especulativas y teorías de conspiración.
En medio de todo esto ha aparecido una gran variedad de sesgos cognitivos y falacias lógicas. Su origen está en cómo nos enfrentamos a los temores ocasionados por un evento tan inusual como la pandemia. La intuición, la emoción y el raciocinio juegan un papel importante en cómo interpretamos la información sobre la covid-19. Se trata de grandes desafíos en la comunicación y respuesta a una pandemia, porque tienen que ver con la interpretación de los datos, los argumentos y las decisiones.
A todo esto hay que sumar la intolerancia a la incertidumbre, la falta de cultura científica, la perseverancia de las creencias, las fijaciones ideológicas, el sectarismo político, la sensación de falta de control, la desconfianza pública y los intereses financieros.
El resultado es un importante desafío en la comunicación y respuesta a la covid-19 (Figura 1).
Todos podemos ser víctimas de nuestros sesgos y preconcepciones. Como científicos, tratamos de identificar aquellos relacionados con la pandemia y contraargumentar la desinformación.
El problema de las falsas dicotomías
Una falacia lógica ampliamente observada en la pandemia es la llamada “falsa dicotomía”, “falso dilema” o “falacia de blancos y negros”. Se trata de la presentación de un hecho en forma de dos opciones mutuamente exclusivas. En otras palabras, es la representación binaria, polarizada, reduccionista y simplista de una situación.
Las falsas dicotomías relacionadas con la pandemia han venido acompañadas de gran polarización política y social, sensacionalismo y rumores que amenazan nuestra respuesta contra la pandemia.
Un artículo reciente publicado en la revista BMC Infectious Diseases por algunos de nosotros aborda seis de estas falsas dicotomías relacionadas con la covid-19 que han sido evidentes desde inicios de 2020 y que resume la Figura 2:
Es natural que muchas personas se ubiquen ideológicamente en uno de los extremos anteriores en tonos blancos y negros. Por ejemplo, “las mascarillas no sirven” o “cerrar la sociedad es la única solución”. Esto ha creado bandos a menudo irreconciliables en la academia que luego se trasladan al público general.
Este tipo de pensamiento no solo es erróneo, sino que deja de lado los matices grises de una discusión imprescindible.
Resulta fundamental involucrar términos medios y evitar la polarización mediática para entender cómo la ciencia evoluciona con el tiempo y cómo las políticas en salud pública cambian según el contexto cultural y las dinámicas sociales. La preparación y respuesta ante una pandemia se ve enormemente afectada si no se permite y promueve la discusión y comunicación de estos matices con la comunidad.
Surgen varias preguntas: ¿qué se puede hacer para combatir las falsas dicotomías y las teorías de conspiración? ¿En quién recae esa responsabilidad? ¿Cómo mejorar la comunicación entre la comunidad científica y la sociedad?
Se debe luchar contra todo fenómeno que lleve a la desinformación, pero esta responsabilidad no recae exclusivamente en los científicos y en los periodistas. Es necesario involucrar a la población general. Entender y luchar contra la covid-19 requiere de trabajo colaborativo por parte de muchas disciplinas científicas y el público.
Estrategias
A continuación planteamos siete estrategias, necesarias para combatir y prevenir las falsas dicotomías y teorías de conspiración durante la pandemia:
1. Explicar que las cosas raramente son simples, binarias y generalizables.
Es esencial explicar al público que en ciencia y salud pública (e incluso en la vida en general) la complejidad y los tonos grises abundan.
Aunque hay decisiones que deben tomarse en términos de “sí” y “no”, en muchos temas de la covid-19 un pensamiento binario no permite proveer el contexto, examinar los escenarios que relativizan las situaciones y explicar el detalle detrás de las decisiones.
Por ejemplo, el contexto socioeconómico, la voluntad política y los recursos de cada país han sido factores decisivos en el alcance de las intervenciones, pero no se ha hablado de ello lo suficiente.
De manera similar, hemos cometido el error de pensar que las políticas tienen que ser simples para ser claras o se corre el riesgo de confundir al público. Una recomendación para que la comunicación permita los tonos grises es no utilizar un lenguaje absoluto o exagerado. Se deberían utilizar expresiones como “puede ser”, “mayor/menor riesgo”, y “probablemente” en vez de frases como “el fin de la pandemia”, “la solución definitiva” y “la panacea”. También se debería educar en reducción de daños y medir los riesgos como probabilidades.
2. Comunicar con consistencia y transparencia.
Las evidencias relacionadas con la covid-19 deben ser evaluadas de forma rápida y constante por los científicos antes de ser compartidas con el público. Por desgracia, la comunicación no siempre ha fluido sin contratiempos. Aunque es difícil mantener la consistencia de los mensajes durante una crisis sanitaria, hay aspectos por mejorar.
Los ciudadanos necesitan entender que la evidencia puede cambiar con el tiempo y que las estrategias de salud pública no son perfectas, pero intentan balancear beneficios y riesgos según los conocimientos y recursos existentes.
No pretendemos que el público se vuelva experto en la covid-19, pero lo justo y efectivo es ir un poco más allá de mensajes simplistas. Sobre todo, cuando el público exige transparencia y está preocupado.
La pandemia nos ha enseñado que el público puede recibir mensajes claros con un poco más de información ajustada al contexto temporal y geográfico, al tiempo que se evita caer en mensajes simplistas e insuficientes que afectan a la respuesta a la pandemia.
Resulta imprescindible explicar que las medidas son provisionales y están siempre expuestas a cambios según las nuevas evidencias. Esto no implica que las medidas anteriores se tomaran por error, sino que se basaron en los datos disponibles entonces.
Sin embargo, también es necesario reconocer los errores cuando se cometen, dado que su negación sirve de alimento a las teorías negacionistas y conspirativas y deteriora la confianza del público en las autoridades.
3. Aceptar la incertidumbre como una realidad de la ciencia y la vida.
La intolerancia a la incertidumbre es común, especialmente en épocas de crisis, cuando las personas son vulnerables y buscan respuestas esperanzadoras.
La gente no está acostumbrada a ver a la ciencia en acción en tiempo real con sus aciertos, errores, avances y demoras. Tampoco a soportar las innumerables y variables políticas en salud pública dispuestas por los gobiernos y basadas en una creciente y complicada base de evidencia científica.
Sin embargo, la complejidad, los vacíos del conocimiento y la incertidumbre son elementos intrínsecos de la ciencia y como tal deben ser explicados. El público debe aprender que la ciencia no tiene todas las respuestas ni pretende tenerlas, que las que obtiene no son certezas ni hechos fijos y sencillos, y que las brechas en el conocimiento constituyen su fuerza motriz.
Además, aunque a algunos académicos les preocupa que comunicar la incertidumbre resulte deletéreo, la evidencia muestra lo contrario: las incertidumbres pueden ser aliadas de una comunicación transparente, de la consciencia sobre la manipulación emocional de las certezas, y tienen el potencial de generar confianza.
Los esfuerzos encaminados a que el público reconozca y tolere la incertidumbre están conectados a la necesidad de mejorar la educación, la cultura científica y el empoderamiento cultural. Todo esto demostrará frutos visibles a largo plazo.
4. Promover el pensamiento crítico.
Incentivar el pensamiento crítico es el antídoto para el pensamiento basado en falsas dicotomías y teorías conspirativas.
Este consiste en enseñar a las personas a analizar críticamente la información a su alcance. Requiere de una dosis de cultura científica y de escepticismo saludable para hacer frente a los sesgos y falacias que perpetúan las teorías conspirativas.
Con el ritmo con el que surgen nuevas evidencias durante la pandemia, aprender a procesar información nueva resulta esencial. Sin embargo, las personas deben tomarse su tiempo para analizarla y así no diseminar información falsa por accidente debido a la premura, el miedo y la ansiedad.
Igualmente, es importante que las personas reconozcan sus límites y pericia para evaluar la información y eviten caer en el extremo de creer que los expertos no son necesarios. También, expertos en otros campos deben ser cuidadosos antes de emitir opiniones fuertes y confiadas (fenómeno conocido como “invasión epistemológica”), lo que podría llevar a promover información errónea.
Cuanto mejor sepamos filtrar críticamente la información que circula, más podremos entender lo que el virus hace y lo que podemos hacer para prevenirlo y protegernos de él.
5. Defender las fuentes confiables de información.
Para el público, reconocer las fuentes adecuadas de información no es fácil.
Los medios de comunicación, divulgadores y periodistas tienen un papel complejo y vital porque son el puente entre los científicos y el público. Este rol es clave debido a que los investigadores no tienen el tiempo ni las capacidades para trasladar la ciencia al público. Además, el ritmo de consumo de información exige que el público consulte fuentes de acceso general que dependen de los medios de comunicación.
La sociedad debe defender y hacer conocer estas fuentes confiables y las organizaciones encargadas de verificación de hechos (fact-checkers), de manera que lleguen a otras personas. Es importante recalcar que los medios deberían trabajar para representar rigurosamente la ciencia y evitar reportar información sensacionalista o con intereses políticos.
En este sentido, redes sociales como Twitter han permitido conectar directamente a la comunidad científica con el público, lo cual puede ser beneficioso para incentivar la cultura científica y generar confianza.
6. Analizar y controlar las fuentes de desinformación.
Al mismo tiempo que reconocemos las buenas fuentes de información, tenemos que identificar las que promueven pseudociencias, socavan la importancia de la medicina basada en evidencia (al promover remedios sin evidencia sólida como la hidroxicloroquina y la ivermectina) y amplifican resultados científicos cuestionables antes de su revisión por pares (preprints).
Los análisis de redes sociales y la calidad y veracidad del contenido diseminado son fundamentales.
Las agencias de salud deberían rastrear la desinformación. Los periodistas deberían siempre estar entrenados y actualizados para tal propósito. Por desgracia, hemos visto en innumerables ocasiones titulares que exageran o distorsionan la evidencia científica. Además, personas sin conocimiento y experiencia continúan siendo entrevistadas para emitir una opinión científica sobre la pandemia.
7. Inocular contra la desinformación.
La inoculación psicológica es una estrategia fundamental para combatir la desinformación.
El término hace una analogía con la vacunación (también conocida como inoculación). Con la inoculación psicológica se busca persuadir al público usando información transparente y contundente al tiempo que se exponen, de manera anticipada, las artimañas y mentiras usadas para desinformar (“refutación preventiva”).
La identificación de patrones en las teorías de conspiración es clave para inocularnos e inocular a otros en contra de la desinformación. Esto permite reducir la influencia de los “desinformadores” y proteger a la gente de un desafío mayor, como una teoría conspirativa o una dosis peligrosa de desinformación, mediante una respuesta protectora (e.g., pensamiento crítico).
Aunque la evidencia que favorece la inoculación psicológica aplicada a la covid-19 está apenas emergiendo, existe evidencia que indica la importancia de esta estrategia con temas como el cambio climático.
Iniciativas de comunicación anticipada e inoculación psicológica podrían ser más útiles para la pandemia en temas relacionados con noticias falsas y vacunas.
Esto es debido a que, aunque los métodos comúnmente practicados incluyen desmentir las afirmaciones falsas, verificar hechos y cazar mitos, se corren algunos riesgos derivados de estas estrategias. Corregir información falsa por refutación directa puede promover el sesgo de confirmación, provocar resistencia psicológica y perpetuar la perseverancia de las creencias. Esto conduce a un fenómeno conocido como el efecto backfire.
En este artículo ha colaborado José Millán Oñate, médico especialista en medicina interna e infectología de la Clínica Imbanaco en Cali, Colombia.
Fuente: The Conversation