Por Guiomar Rovira Sancho
Pandemia. Parar parecía imposible. Y sin embargo, paramos. La película de nuestras vidas entró en pausa. No queda de otra que observar y mirar alrededor. Percibo algo: el mundo se divide entre los que no pueden parar y los que no podemos callar. Dos coordenadas muy distintas en un mundo cada día más cruel.
El ruido ensordecedor en el que se pierden quienes no pueden callar tiene una intencionalidad muy clara: que no haya claridad. Las aplicaciones digitales, las plataformas de red social, convertidas en corporaciones globales, están siendo usadas para el odio, la tergiversación y la mentira. Shitstorm, qué palabra. Lluvia de insultos (de mierda) en Twitter, cibermisogina, troleo, bots, conspiranoia por doquier. Manu Chao se adelantó a su tiempo cuando cantó que todo es mentira en este mundo. Los usos tecnopolíticos de la derecha y el discurso del odio han avanzado exponencialmente en los últimos años como parte de una contra revolución implacable, impulsada por carretadas de dinero. Carole Cadwalladr advertía en The Guardian en julio de 2020: “Facebook no es un espejo. Es un arma. Sin licencia, no está sujeto a leyes o control, está en manos y hogares de 2.600 millones de personas, infiltrado por agentes encubiertos que actúan para los estados nacionales, un laboratorio para grupos que elogian los efectos de limpieza del Holocausto y creen que 5G freirá nuestro ondas cerebrales en nuestro sueño.”
Pero este ruido ensordecedor quiere tapar algo que está allí, algo que cobra cada vez más sentido y más eco: los sonidos y las redes de la revuelta. Inició la década con las protestas por la autoinmolación en Túnez de Mohamed Bouazizi, un joven precarizado a quien la policía había incautado su medio de subsistencia: un carrito para venta ambulante de frutas, era el 17 de diciembre de 2010. Diez años después, el 25 de mayo de 2020, otro joven, George Floyd, muere asfixiado por la policía en Minneapolis, generando una ola de protestas imparable contra el racismo sistémico #BlackLivesMatter. Entre estos dos crímenes de estado, una década de indignación galopante, una década de redes para la emancipación y la libertad.
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