¿Vivimos enganchados a la desinformación?

 

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La desinformación y las fake news, acentuadas por la digitalización, representan una amenaza para las democracias y la credibilidad de instituciones. Ocho expertos de diferentes universidades destacan la importancia de una educación mediática crítica, el papel nocivo de la inteligencia artificial, y la necesidad de transparencia y responsabilidad –tanto de medios como de usuarios– para combatir la “infodemia”.

Les hemos formulado estas preguntas: ¿Somos víctimas de la desinformación? ¿Cómo es posible que en plena sociedad de la información haya personas que cada día estén menos informadas? Y estas son sus respuestas.


Marta Montagut

Profesora del departamento de Estudios de Comunicación de la Universitat Rovira i Virgili

Las mentiras interesadas, las populares fake news, han sido una constante en política a lo largo de los siglos, pero lo que las hace especialmente nocivas en el siglo XXI es su mutabilidad y su viralidad. El problema no es que no haya información online fiable, sino cómo se consume esa información, qué grado de accesibilidad tiene, cómo de atractiva resulta para que su consumo sea masivo y qué grado de legitimidad tiene la fuente que la emite.

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Desprestigiar la ciencia o el periodismo, deslegitimar sus aportaciones y priorizar las explicaciones simples, las opiniones personales o las emociones nos hace vulnerables. Nuestra responsabilidad es llevar una buena dieta mediática para no “infoxicarnos”.


Eduardo Peis

Catedrático de Archivos Electrónicos de la Universidad de Granada

Las tecnologías y aplicaciones de la era digital generalizan, a nivel universal, los desórdenes informativos que suponen un riesgo evidente para las democracias, menoscabando la credibilidad de las instituciones. La situación puede suponer cambios estructurales para la sociedad en general en su comportamiento a medio plazo. Luchar contra esta desinformación, respetando la libertad de expresión, ha de ser un objetivo estratégico de todos los agentes, políticos, informativos y también económicos.

El problema real son los beneficios crematísticos que, a corto plazo, proporcionan a parte de dichos agentes políticos, informativos y económicos. Estos beneficios se contemplan en un modelo de negocio digital que, circunscrito al contexto sociopolítico, puede provocar el colapso del modelo actual. En esta terrorífica ecuación participan componentes como las aplicaciones de la llamada inteligencia artificial. Sin una reacción global, también a nivel tecnológico, las consecuencias pueden resultar dramáticas.


Concha Pérez Curiel

Profesora de Periodismo y Comunicación Institucional y Política de la Universidad de Sevilla

El impacto de la desinformación sigue siendo un tema preocupante en cualquier ámbito de la sociedad. Los ciudadanos desconfían de la política y de los medios de comunicación, buscan información en las redes sociales y carecen de recursos para comprobar si se trata de noticias falsas o bulos. Todo se complica con el mal uso que proporcionan las herramientas de la inteligencia artificial, Chat GPT y otras. Los organismos internacionales no consiguen poner freno a esta “infodemia”, que proliferó durante la covid-19 y que sigue creciendo. Promover la educación mediática y el correcto uso de las redes sociales es un primer paso que requiere la implicación de las propias plataformas digitales, de los gobiernos, de los medios de comunicación y de los usuarios digitales para combatir la sociedad de la desinformación.


Txema Egaña

Profesor e investigador en Comunicación en la Mondragon Unibertsitatea

Una de las principales variables en los procesos de desinformación suele ser la educación, siendo los ciudadanos menos formados los que se ven más afectados por estos mensajes. Y claro, enseguida nos viene la idea de que estos temas han de ser abordados transversalmente en los currículums de educación, en las escuelas. Pero esto tiene algunas dificultades que suelen pasar inadvertidas, ya que hay dos percepciones de los adolescentes que dificultan estos procesos de aprendizaje. Por un lado, los adolescentes no suelen sentirse desinformados: para ellos, eso es algo que solo les ocurre a los mayores. Por otro, los jóvenes suelen tener la percepción de que ellos saben más que los profesores sobre tecnología, y como la desinformación ocurre envuelta en una dimensión tecnológica, esto se convierte en un difícil reto para los docentes.


Humberto Martínez-Fresneda

Profesor de Estructura de la Comunicación de la Universidad Francisco de Vitoria

El diálogo entre los medios y sus audiencias debería producirse en condiciones de igualdad. Pero no suceden así las cosas. El medio domina y controla el proceso de comunicación presentando una interpretación de esta al servicio de intereses no siempre explícitos. Es la verdad subjetiva sobre la objetiva, en contra del artículo 20 de la Constitución, que ampara la función social de los medios y rechaza la del control social. Por tanto, hay una serie de factores que propician la desinformación: la naturaleza del propio medio y los líderes de opinión alineados con el poder (bien sea político, social, etc.). El editor es un comerciante y las personas, su mercado. Este desequilibrio provoca que los objetivos del medio estén por encima de las expectativas del lector.


Paula Herrero Diz

Profesora del Departamento de Comunicación y Educación en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Loyola Andalucía

Unas veces somos víctimas de la desinformación conscientemente, porque nos gusta acomodar la información a nuestra ideología y a nuestros gustos, y otras porque caemos en ella por las prisas o por la falta de exigencia a quien respalda la información que consumimos. Estamos construyendo realidades personalizadas, una verdad creada por la algoritmización.

El motivo por el que cada vez hay más desinformación es porque es mayor el número de creadores de contenidos que el de periodistas. Por eso es tan importante que haya más profesionales y mejor formados. Sin su intermediación estaremos consumiendo contenidos de los que podremos adquirir conocimiento, por supuesto, pero la información valiosa está en los hechos y en las fuentes. Y a estas solo tiene acceso el profesional de los medios.

El problema está en que hemos despreciado su trabajo, empezando porque no recordamos dónde hemos visto, leído o escuchado algo. Si no reconocemos su autoridad, si no recordamos la autoría, estamos despreciando el valor de la verdad y dejando la puerta abierta a la desinformación.


Samuel Toledano

Profesor de Periodismo de la Universidad de La Laguna

La dejación legislativa de las administraciones públicas ha permitido que los medios de comunicación tradicionales privatizaran un derecho y lo convirtieran en un producto que responde principalmente a la rentabilidad comercial. La democratización informativa, con la competencia mediática que viene de los márgenes y que aprovecha el auge de internet, ha motivado finalmente una interesada preocupación por la calidad informativa. Los actuales intentos legislativos para abordar el problema no parecen hoy apuntar a una efectiva regulación del derecho fundamental a la información, sino a garantizar la posición privilegiada de los medios dominantes en la representación de la realidad.


Raúl Magallón

Profesor del departamento de Comunicación de la Universidad Carlos III

Hemos pasado de un mundo caracterizado por la falta de información pública a un mundo donde la sobreinformación puede ser vista como una nueva forma de censura, pero también de apatía, puesto que no estamos preparados para filtrar y seleccionar tanta información. Por otra parte, la desinformación se ha convertido en una disfunción más del sistema en la medida en la que cada vez más actores de distinto tipo ven la misma como una herramienta para aprovechar las debilidades del sistema en beneficio propio.

Paralelamente, las redes sociales funcionan como actores políticos en la medida en que forman parte del espacio de debate de la opinión pública y pueden condicionar la conversación en procesos electorales de democracias consolidadas. Ante este escenario, necesitamos con urgencia implementar una ley de alfabetización mediática, digital y algorítmica en las escuelas para que la verdad no solo vuelva a ser más sexi –en términos de viralización–, sino también para que la mentira deje de estar unida a una forma de astucia social. Asimismo, es necesario profundizar en los mecanismos de rendición de cuentas y transparencia de las administraciones públicas que se han visto reducidos notablemente a raíz de la pandemia.

Fuente: The Conversation

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

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