Una lección de la COVID-19: la desinformación es muy contagiosa

 

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La voz de un médico alerta del colapso de su hospital, del uso de un medicamento estrella para atajar el virus y de los intentos del Gobierno por ocultar las cifras de fallecidos. El audio, de origen desconocido, circula por los servicios de mensajería instantánea, da el salto a las redes sociales y acaba permeando en algunos medios de comunicación convencionales en apenas unas horas. Aquellas personas que pudieron dudar de su fiabilidad se quedarán al margen del ciclo, pero las barreras para detener su circulación se pulverizan.

Vivimos el momento de la normalización de todos los procesos de desinformación en la esfera pública. Cualquier ámbito de la vida social, cualquier cuestión política, desde la inmigración a la ciencia, pasando por los remedios y las soluciones a una pandemia mundial se ven abocadas al escrutinio de la duda, la tergiversación y la mentira.

Las corrientes de desinformación que circularon durante los primeros meses de la crisis del coronavirus no solo han llegado para quedarse, sino que posiblemente marcarán muchas decisiones de nuestro futuro más próximo.

Los distintos vectores y sus tipos de circulación forman parte de procesos, estrategias y actores tan diferentes que el mero hecho de intentar analizarlo resulta más un ejercicio de aprendizaje que de análisis.

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